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el blues del exiliado

Muerte en la carretera

Muerte en la carretera Txema es un buen amigo y compañero de entrenamientos. Hemos pedaleado muchísimos kilómetros codo con codo. Durante ese continuo subir y bajar, ataques, demarrajes, pájaras, madrugones para ir a las carreras, etc., hemos cultivado una buena amistad. Hace un mes que Txema sufrió un espeluznante accidente de tráfico, del que afortunadamente, él se recuperará. Creo sinceramente que ese día nos ha marcado. Todavía retumba en mi cabeza hasta el ruido de fondo que se oía cuando me llamó, desde la ambulancia, con una entereza enormemente tranquilizadora, para decirme lo que le acababa de ocurrir.

Hoy Verónica me ha enseñado un texto que le han dado en el instituto para hacer un comentario. Un texto que quiero compartir con ustedes.

Me alegra ver cómo en los colegios de nuestros hijos se tratan estos temas.

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Más de 70 muertos se han cobrado ya las carreteras. Y aún no ha llegado la Navidad. Ni ha llegado la noche horrenda con la que tantos parecen querer despedir un año y recibir otro luciendo todas las galas de su ruidosa vulgaridad y su estulticia. ¿Qué cifras tendremos el siete de enero? ¿Qué siniestro regalo de vidas truncadas, familias deshechas, amores y amistades rotas nos dejarán este año los Reyes Malos de la velocidad y los coches? ¿Cuántas soledades no empezarán estos días? ¿Cuántas miradas de amor no tendrán como objeto más que las fotografías?

Mueren los fumadores, víctimas de su placer. Mueren los bebedores y los drogadictos, víctimas de su insatisfacción. Mueren los enfermos, víctimas de males contra los que miles de científicos y de médicos luchan a diario. Pero, ¿de qué es víctima quien muere en la carretra? ¿Del placer de la velocidad? ¿De la sensación de poder que da conducir una máquina poderosa y bella? ¿Del mal estado o trazado de las carreteras, o de fallos mecánicos? Estos serían los menos. Tengo para mí que la mayoría muere a causa de la despreocupación y del azar. Serían síntomas que harían de esta muerte la más representativa de un estado de cosas en el que desde hace ya muchos años vivimos.

Sobre el azar poco hay que decir. Sólo que la carretera le da más posibilidades de jugar con nosotros de las que ha tenido nunca: dos máquinas buscando una circunstancia en la que su encuentro sea mortal para quienes van en ellas. Algo fatídico, en lo que cuentan décimas de segundo. En cuanto a la despreocupación creo que tiene que ver con un relativismo extremo, resuelto en un nihilismo de masas que quita todo valor a todo; con el mercado y el consumo como leyes universales, impuestas con más rigor de lo que ningún credo religioso o político lo fue jamas; con la transmutación de valores que se opera en el universo de la publicidad, según el cual sólo se puede ser consumiendo, porque sólo se es lo que se tiene; con un sentido enfermo y compulsivo del viaje, que ha desaparecido como tal- ir placentera y tranquilamente de un lugar a otro- para convertirse en apurada llegada a una meta; con la confusión entre lo importante y lo urgente; con una aceleración y una prisa -la más de las veces injustificadas- que apremian como demonios interiores.

¿Cómo podrían evitarse estas muertes? No sólo con la mejora de las carreteras o la revisión de los coches -lo que, desde luego, rebajaría mucho su número-, sino sobretodo con esa forma de autoestima y de amor a los otros que, en los conductores, se llama prudencia. El problema es que, si lo primero se logra con una buena gestión de los recursos públicos y la debida atención a nuestros coches, lo segundo es más difícil. Porque se conduce como se vive, se vive como se es o como nos obligan a ser; y cambiar el ser -o las condiciones que lo determinan- es más difícil que cambiar el firme de una carretera o el aceite de un coche. Es una cuestion, sobre todo, de valores.

2 comentarios

carlos -

Muchas gracias, Jota. Siempre serás bien recibido.

Un saludo.-

Jota -

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No tengo palabras, y poco puedo añadir en algo en lo que al parecer todo el mundo comparte.

Pero luego la realidad nos recuerda que se nos escapa el control y la máquina nos domina... en muchos casos, demasiados, sin remedio.

Enhorabuena por el rincón Carlos, aquí estaré para hacer de tu exilio algo más llevadero; aunque sólo sea con palabras.

Saludos, J. ;)
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