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el blues del exiliado

Regresar en Octubre

Se termina septiembre. Septiembre suele ser un mes de inicios, de comienzos. Los septiembres suelen marcar el principio de cosas. Pero este año no es mi caso. El día 30 será mi último día de trabajo antes de coger unas merecidas vacaciones. Mi trabajo es así. Vacaciones en Octubre. Ya ven… Pero yo soy un tipo muy conformado y acepto cualquier mes con tal de no trabajar. Además juego con la ventaja de ser caspolino de Zaragoza. Y Octubre es un mes muy bonito para regresar. Llevo 15 Pilares lejos de Zaragoza y todos los años intento arañar algún día para poder regresar. Este año estaré cuatro días que me parecerán medio. La agenda ya se va llenando de actividades que realizar, de nombres, de gentes a las que volver a ver. Intentaré estar, sin ningún género de dudas, el día 9 en el Paseo Indepencia para ver y escuchar el último trabajo de Miguel Ríos. Me gustaría ir a La Romareda para presenciar el Trofeo Ciudad de Zaragoza, pero no sé si me coincidirán las fechas. No quiero perderme el partido de Fútbol Sala de Primera Nacional entre Viveros Arnal y Vilolai en La Granja, también el día 9. Y quiero estar en la calle. Todo el tiempo que pueda. Mezclarme con la fiesta y con la gente. Y hacer fotos. Muchas fotos. Tendré que hacer un hueco para entrenar, aunque sea poco. Y por supuesto que no perdonaré unas cañas y unas tapas el día 12 en el Casco Viejo.
Octubre es un buen mes para regresar.

La Historia, según Aznar

Contaba esta mañana Antonio Álvarez Solís que el Sr. Aznar se subió ayer al púlpito catedrático de una Universidad de Estados Unidos, cuyo nombre me resulta impronunciable, para decirles a sus alumnos que el bombardeo mochilero del 11-M no tuvo su origen en la guerra de Irak. No señor. El origen de esta masacre tiene mucha más solera y hay que buscarlo, nada más y nada menos, que en el siglo VIII, cuando, según palabras textuales del Sr. “Ansar”, “España rechazó ser un trozo más del mundo islámico cuando fue conquistada por los moros, rehusando perder su identidad”. Y parece ser que los moros, que nos la tenían jurada desde entonces, nos la han guardado hasta el pasado 11 de Marzo, cuando se arrancaron con la masacre de Atocha.
No, si ya me parecía a mí que esa barbarie no podía tener su origen en algo tan simple como la invasión ilegal de Irak. Cuentan que los asistentes al curso están encantados, esperando una nueva aportación del orador para la historia. Y yo también estoy contento, con la tranquilidad que da saber que este señor está tan lejos.

Perico vs Furuyama

Hoy he leído una efeméride en el Diario Equipo que me ha devuelto a mi infancia: Hace 30 años que Perico Fernández se proclamó Campeón del Mundo de los pesos Welter de boxeo. Treinta años... En casa veíamos todos los combates de Perico que daban por televisión. Mi padre, que era cartero y tenía en su zona de reparto el Boxing-Club donde Martín Miranda entrenaba a Perico, nos traía fotos suyas a mis hermanos y a mí. Campeón del Mundo, con apenas 21 años. Como cuentan José Antonio Ciria y Mariano Gistaín en "La vida en un puño", Perico hizo esperar al mismísimo Franco en la audiencia que le concedió para fotografiarse junto a él y decirle que "se sentía orgulloso de que un soldado español fuese Campeón de Europa". Perico se tuvo que morder la lengua para no replicarle: "No, señor Franco. De Europa, no. Del mundo!!" Y es que el Generalísimo ya estaba muy mayor, comentó Perico. Pero todavía aguantó un año más. Hasta 1975. Aunque a mí lo que realmente me dolió ese año fue la muerte del gran Fofó.

Muerte en la carretera

Muerte en la carretera

Txema es un buen amigo y compañero de entrenamientos. Hemos pedaleado muchísimos kilómetros codo con codo. Durante ese continuo subir y bajar, ataques, demarrajes, pájaras, madrugones para ir a las carreras, etc., hemos cultivado una buena amistad. Hace un mes que Txema sufrió un espeluznante accidente de tráfico, del que afortunadamente, él se recuperará. Creo sinceramente que ese día nos ha marcado. Todavía retumba en mi cabeza hasta el ruido de fondo que se oía cuando me llamó, desde la ambulancia, con una entereza enormemente tranquilizadora, para decirme lo que le acababa de ocurrir.

Hoy Verónica me ha enseñado un texto que le han dado en el instituto para hacer un comentario. Un texto que quiero compartir con ustedes.

Me alegra ver cómo en los colegios de nuestros hijos se tratan estos temas.

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Más de 70 muertos se han cobrado ya las carreteras. Y aún no ha llegado la Navidad. Ni ha llegado la noche horrenda con la que tantos parecen querer despedir un año y recibir otro luciendo todas las galas de su ruidosa vulgaridad y su estulticia. ¿Qué cifras tendremos el siete de enero? ¿Qué siniestro regalo de vidas truncadas, familias deshechas, amores y amistades rotas nos dejarán este año los Reyes Malos de la velocidad y los coches? ¿Cuántas soledades no empezarán estos días? ¿Cuántas miradas de amor no tendrán como objeto más que las fotografías?

Mueren los fumadores, víctimas de su placer. Mueren los bebedores y los drogadictos, víctimas de su insatisfacción. Mueren los enfermos, víctimas de males contra los que miles de científicos y de médicos luchan a diario. Pero, ¿de qué es víctima quien muere en la carretra? ¿Del placer de la velocidad? ¿De la sensación de poder que da conducir una máquina poderosa y bella? ¿Del mal estado o trazado de las carreteras, o de fallos mecánicos? Estos serían los menos. Tengo para mí que la mayoría muere a causa de la despreocupación y del azar. Serían síntomas que harían de esta muerte la más representativa de un estado de cosas en el que desde hace ya muchos años vivimos.

Sobre el azar poco hay que decir. Sólo que la carretera le da más posibilidades de jugar con nosotros de las que ha tenido nunca: dos máquinas buscando una circunstancia en la que su encuentro sea mortal para quienes van en ellas. Algo fatídico, en lo que cuentan décimas de segundo. En cuanto a la despreocupación creo que tiene que ver con un relativismo extremo, resuelto en un nihilismo de masas que quita todo valor a todo; con el mercado y el consumo como leyes universales, impuestas con más rigor de lo que ningún credo religioso o político lo fue jamas; con la transmutación de valores que se opera en el universo de la publicidad, según el cual sólo se puede ser consumiendo, porque sólo se es lo que se tiene; con un sentido enfermo y compulsivo del viaje, que ha desaparecido como tal- ir placentera y tranquilamente de un lugar a otro- para convertirse en apurada llegada a una meta; con la confusión entre lo importante y lo urgente; con una aceleración y una prisa -la más de las veces injustificadas- que apremian como demonios interiores.

¿Cómo podrían evitarse estas muertes? No sólo con la mejora de las carreteras o la revisión de los coches -lo que, desde luego, rebajaría mucho su número-, sino sobretodo con esa forma de autoestima y de amor a los otros que, en los conductores, se llama prudencia. El problema es que, si lo primero se logra con una buena gestión de los recursos públicos y la debida atención a nuestros coches, lo segundo es más difícil. Porque se conduce como se vive, se vive como se es o como nos obligan a ser; y cambiar el ser -o las condiciones que lo determinan- es más difícil que cambiar el firme de una carretera o el aceite de un coche. Es una cuestion, sobre todo, de valores.